Vivimos en una época de altísima especialización. Parece que el mínimo para desarrollar una trayectoria laboral aceptable es tener un doctorado a tus espaldas, como si lo que hubiéramos aprendido en las décadas anteriores de formación no fuera suficiente. De hecho, tiene algo de verdad, porque la mayoría de los datos que aprendemos en los colegios/institutos/ universidades los olvidamos. Sin embargo nos esforzamos porque «hay que ser alguien», «hay que ganarse la vida», etc.
Gracias a la tecnología tenemos todo ese conocimiento disponible para cuando lo necesitemos y por fin podemos librarnos de la lacra de memorizar cosas que no tienen sentido para nosotros. Porque la clave es esa. ¿Qué es lo que quiero aprender realmente? ¿Cuáles son mis intereses más auténticos? Y desde esas premisas aplicar nuestros mejores talentos para sacar el máximo partido a nuestras investigaciones.
Para esto se requiere, además de un gran conocimiento de uno mismo, una gran valentía pues la autenticidad aplicada rompe drásticamente con lo establecido. Es el camino del genio: talento y pasión conjugados en un acto creativo.