Sensibilidad, según la rae, es la facultad de sentir, propia de los seres animados. Por tanto, cuando hablo de sensibilidad sostenible me refiero a una forma de sentir basada en la estabilidad, es decir, en la capacidad de vivir emociones de forma que no saturen el cuerpo ni el pensamiento.
En cada momento vital predominan un determinado tipo de emociones y sentimientos. Se podría decir que conforman un área de crecimiento en ese período. Con crecer me refiero a la posibilidad de ampliar nuestros niveles de conocimiento, pero eso solo ocurre cuando somos capaces de extraer el jugo en las experiencias que vivimos. No es tarea fácil ya que, en general, solemos quedarnos en la intensidad del momento y el torrente hormonal que se genera en el organismo suele reducir bastante la capacidad de discernir. Lo que sí aumenta es la capacidad de actuar, aunque tocará después evaluar las consecuencias de lo acontecido.
Es por eso que he elegido las palabras sensibilidad y sostenible para expresar una forma de vivir en la que predomine la atención consciente de lo que uno piensa, siente y hace de forma continua. La estabilidad en el sentir es lo que permite desplegar la clarividencia natural que poseemos, pero esto no ocurre si no se tiene un gran entendimiento de la historia personal de uno mismo.