Crecer, ese acto inevitable que nos propone la vida; es algo que ocurre en singular, aunque crezcamos junto a otros, o incluso a la vez que otros. Podemos hacerlo más rápido o más despacio, a voluntad. Podemos incluso pararnos, solidificarnos en una etapa fascinante. O en una desastrosa. Y a pesar del precio a veces nos quedamos ahí, hasta que nuestra propia pulsión nos saca de golpe de ese escenario que con tanto mimo hemos construido.
Crecer duele, pero solo al principio, cuando se confunde la experiencia con el aprendizaje. Una vez lo distingues ya nada es igual. De pronto tienes ganas de ir a por todas, disfrutas de lo que sucede ya sean bendiciones o impedimentos. Un día te permites jugar, arriesgar, romper… Y otro te propones ampliar una parcela desértica de ti mismo con la misma ilusión que planificas unas vacaciones.
Así prolifera el conocimiento de las cosas de una forma liviana, distendida y espaciosa, siendo la alegría misma de descubrir quien va abriendo el camino.
Por cierto, bienvenida Diana.