Todos tenemos algo de visionarios. Quizá no tengamos la fórmula para solucionar los problemas del mundo o para hacernos millonarios, pero sí para saber qué nos conviene en cada momento, en lo más cotidiano.
Gracias a nuestra sensibilidad accedemos a información útil que puede generar transformación en nuestra vida. Es lo que comúnmente hemos llamado intuiciones, visiones, corazonadas… Y que suelen venir con una gran certeza y desafiando a la lógica. Muchas veces se cumplen cual profecía, otras no.
Después de un tiempo guiándome por este mecanismo y viendo a dónde me han llevado los resultados, me he dado cuenta de que estos, en sí mismos, no son tan importantes. Hay todo un proceso vital desde que se tiene la información hasta que finalmente algo ocurre y es ahí donde, como conciencias que somos, sacamos provecho. Solo que cuesta mucho pillar esa hebra y no despistarse con el ajetreo diario. La mejor forma de conseguir un resultado es centrarse en el proceso. Además, es muy fácil engancharse a las expectativas si se trata de algo positivo o deseable, y también atemorizarse por las consecuencias si se trata de una visión perturbadora.
El poder de las visiones reside en el efecto que producen en uno mismo; el trabajo, aprender sostenerlas, desgranarlas y dejar que impacten de lleno en tu realidad.