Es curioso el significado que le hemos dado al efecto que en el suelo tienen nuestras pisadas. Hasta la luna hemos llevado alguna, y más lejos si pudiéramos… Recuerdo con cariño dejar concienciudamente muchos de mis sellos podales en un camino de polvo, y también intentar vaciar algún charco a base de pisotones. Por eso a veces significan fuerza, a veces nuestra base, otras el testimonio de nuestro recorrido. Y todo ello gracias al grave afecto con que la Tierra nos atrae hacia sus entrañas.
Huellas efímeras para nuestro vasto hogar, que a través de su excelsa generosidad también deja su impronta en nosotros. Nos regala mares profundos para recordarnos nuestra inmensidad. Acantilados y altas cumbres que nos acercan al vacío. Nos regala cálidos atardeceres que susurran dulzura. Y por supuesto el mayor despliegue creativo a través de incontables formas de vida.
Esa impronta generosa que muchos buscamos en nuestros días de asueto, o en vacaciones. Esa impronta es la que titila en la mirada de tanta gente que vuelve a su cotidiana vida, una tarde de septiembre en Madrid.
¿Durará tanto como aquellas pisadas polvorientas? O quizá permanezca, pues hay quienes hacen de ella una huella indeleble, y cuentan con sus ojos lo más bello de su viaje.