Entre el amplio abanico de cosas que podemos sentir quizá la más peliaguda sea el dolor. Igual que el miedo, tiene una función biológica de protección del cuerpo en caso de peligro, pero también experimentamos dolor a nivel mental y emocional, aunque bajo otros mecanismos que nos ayudan a evolucionar.
En nuestra amplia andadura vivimos sucesos que nos trastocan tan profundamente que la capacidad asimilación se bloquea. El dolor que persiste genera un punto de ruptura entre el mundo externo y el interno, y nos indica una zona desde donde poder abrir una investigación y así ampliar niveles de conocimiento. Es un torrente energético que taladra nuestras estructuras para movilizarlas y así poder cambiar.
Sostener el dolor sería la habilidad de dejarse penetrar por él, sin miedo, hasta que traspase lo que debe ser transformado. Resistirse a este proceso genera sufrimiento, y como bien sabemos, no ayuda a resolver nada. Es más, es el indicador de nuestro atasco en la evolución.