El espacio interno es el único lugar que habitamos de forma permanente. Es donde ocurre todo, da igual que te encuentres en tu cuerpo humano o en el mejor de los sueños. Allí dialogas contigo mismo y con los demás, allí dibujas tus reacciones en paisajes tan personales como tú. Y también colocas tus pensamientos, tus dudas y tus conclusiones en forma de biblioteca, pero con el índice de contenidos a tu gusto.
Si no lo conoces, puedes perderte en él. Puedes enfadarte con él. Incluso es fácil llegar a odiarlo. El conocimiento de ti mismo es lo que te permite empezar a reconocerlo. Los miedos, los anhelos, los recuerdos de lo vivido, los mejores talentos, el amor hacia tantas cosas… Todos juntos conforman ese espacio.
Hay algo que nos ayuda a explorarlo hasta los rincones más recónditos: el silencio. Ese silencio activo que surge en el encuentro con uno mismo. Ese que nos lleva a una plenitud que está siempre de fondo y nos resulta tan familiar pero lejana.
Quizá lejana de una sociedad tan ruidosa, fragmentada y frenética. Aquí parece más difícil sostener el silencio y sentirse cómodo en la expansion plena del espacio interno, entre tanto caos.
Pero solo lo parece. Hoy una música que invita a la expansión.