Ya no puedo más, es insoportable, estoy harto… ¿En qué momento tomamos la decisión de cambiar? Estas expresiones tan habituales nos reflejan que nuestro referente para el cambio es el sufrimiento. Parece una costumbre el tener que llegar hasta el límite de una experiencia para que uno se ponga a profundizar y descubra la forma de desenmarañarse.
Quizás hayamos experimentado alguna vez una crecida energética en el momento de tomar una decisión, una especie de vértigo que nos empuja a actuar. Digo vértigo porque suele asustar y de ahí que muchas veces nos quedemos paralizados. Cuanto más tiempo pasa sin que llevemos a término la decisión, más intensa se hace esta sensación. Así que nos encontramos sosteniendo en el tiempo una incongruencia, y eso produce sufrimiento.
Bajo esta perspectiva, podemos definir el sufrimiento como el grado de desajuste que tenemos con nuestra propia verdad. Y es que esta verdad no es algo estático ni misterioso, sino que, cada día al tomar decisiones, la vamos revelando y poniendo a prueba (nuestros supuestos, los ideales, las creencias, incluso la propia sabiduría…). Un uso equilibrado de nuestras capacidades sensibles nos permitiría vivir organizando nuestra evolución: cuando uno tiene presente y conoce bien sus arcos de experiencia puede anticiparse y facilitar su propia transformación.
El reto que lanzo hoy es el de transformarse con la mínima oscilación. Bajar de las paredes del huracán hasta el ojo, donde se respira tranquilidad.