Sobre el control

Uno de los peores enemigos del ser humano, desde siempre. Embriaga con su impronta muchas facetas de la vida, pues cuenta con acérrimos seguidores que alaban la seguridad y el orden que, aparentemente, proporciona. Vive camuflado bajo tantas caretas, como el perfeccionismo, el compromiso o la disciplina, valores muy loables,  pero que se viven con gran tensión y exigencia.

A veces el control surge del miedo: a ser despedido, a que algo se vaya de las manos, a que una relación se termine… Genera patrones obsesivos, espirales de pensamiento que se cierran sobre sí mismos y terminan desbordando la psique. Muchas veces no hace falta ni actuar para estar preso del control,  pues vive sobre todo en nuestra imaginación.

Por suerte la vida nos propone jugar a la incertidumbre. Jugar con el espacio que hay entre las probabilidades, dejarse sorprender por lo inesperado, entrenar la confianza ciega que exigen los saltos al vacío y también la entrega. Permitirse el máximo desprendimiento para que las cosas puedan moverse y transformarse.

Conozco pocos jugadores a quienes les vaya bien en este juego, pero todos tienen una cosa en común: su capacidad para disfrutar de las cosas.

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